Si bien en el capítulo anterior se hacía mención a la competitividad como un elemento positivo, lo cierto es que tiene dos caras, como una moneda. Si está en equilibrio con la cooperación, contribuye al desarrollo, pero si este equilibrio se rompe, lo frena. Cuando esto ocurre, se pasa de una situación de prosperidad a otra de crisis, y esto es precisamente lo que está sucediendo a comienzos del siglo XXI, con el añadido de que este siglo supone un cambio de paradigma en el progreso de la humanidad; existen graves problemas globales en prácticamente todos los ámbitos que los estados y naciones, por sí mismos, no pueden solucionar porque para ello es necesaria también una regulación global, lo que da lugar a una situación extremadamente compleja y sin precedentes.

La competitividad ha causado en el ámbito económico la deslocalización, es decir, el traslado de la producción industrial de una región o país a otros que ofrezcan menores costes empresariales, generando con ello desempleo en las zonas de origen y empleo precario en las de destino. Esto permite a las empresas ser más competitivas, pues al abaratar los costes pueden disminuir el precio final del producto, pero pone en una difícil situación a los países: para generar empleo deben pactar con los grupos empresariales y competir con las condiciones que ofrecen las demás naciones para llegar a acuerdos, lo que supone en la mayoría de los casos legislar en contra de los derechos de los trabajadores y a favor del desarrollo empresarial, además de adaptar los regímenes tributarios nacionales en confrontación a los de los paraísos fiscales.

En el ámbito social, estrechamente vinculado con lo anterior, la competitividad ha provocado un agrandamiento de la desigualdad económica, lo cual desestabiliza y perjudica el desarrollo equitativo de la sociedad y menoscaba la igualdad de oportunidades, dificultando con ello la capacidad de los más desfavorecidos para generar riqueza.

En el ecológico, ha dado lugar también a inquietantes problemas a nivel global: cambio climático, efecto invernadero, debilitamiento de la capa de ozono, deforestación, extinción de flora y fauna... que amenazan seriamente nuestra supervivencia. Pese a los intentos de establecer acuerdos internacionales, lo cierto es que continúan agravándose básicamente porque en la actualidad depende de la voluntad individual de cada país el tomar o no medidas, y si implementarlas supone frenar el ritmo de progreso industrial y, en consecuencia, situarse en condiciones de inferioridad de desarrollo frente al resto, difícilmente se realizarán con la eficacia requerida.

En el militar y armamentístico, la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría, ya anticiparon el riesgo que supondría un conflicto bélico de grandes proporciones. La resolución de conflictos entre naciones desarrolladas por vía militar directa, hoy día resulta inviable porque podría suponer la destrucción del planeta si se usaran armas atómicas, y un gran peligro para la supervivencia en el caso de biológicas. No obstante, esta vía sigue empleándose primordialmente frente a países que no disponen de arsenales de armas de destrucción masiva, lo que los sitúa en un estado de indefensión y, por ello, pugnan por desarrollar también estas tecnologías, lo que origina alarmantes tensiones internacionales y aumenta las posibilidades de un trágico final para la humanidad.

Cuestiones de tal gravedad y magnitud, no es factible resolverlas mediante gobiernos nacionales, cuyos intereses son partidistas, sus políticas dispares, sus capacidades de influencia limitadas, y sus acuerdos internacionales susceptibles de ser modificados unilateralmente en cualquier momento; se requiere pues una política global unificada para establecer un marco común que las regule y, de ese modo, se pueda equilibrar la cooperación con la competitividad. Mientras esto no ocurra, seguirán incrementándose sin control, sin poder frenarlas de manera eficaz ni mucho menos solventarlas, amenazando con ello no solo nuestra capacidad de generar riqueza, sino también nuestra propia pervivencia.

Al mismo tiempo, las filosofías políticas que rigen nuestras sociedades en la actualidad, provienen de épocas en las que los escenarios para los que fueron concebidas eran regionales y no globales, por lo que, como es lógico, no contemplaron mecanismos efectivos para afrontar estas situaciones. Con esta perspectiva en el horizonte, es preciso el surgimiento de nuevas concepciones políticas, que den soluciones y alternativas a los retos del presente para cambiar la visión de un futuro sombrío por uno esperanzador, y que además puedan desarrollarlas en un margen de tiempo muy limitado, dado que las estimaciones científicas en torno al deterioro del planeta y su habitabilidad son, en la mayoría de los casos, de extrema urgencia.

PUNTOS CLAVE:

• La competitividad ha causado en el ámbito económico la deslocalización, lo que supone en la mayoría de los casos legislar en contra de los derechos de los trabajadores y a favor del desarrollo empresarial, además de adaptar los regímenes tributarios nacionales en confrontación a los de los paraísos fiscales.
• En el ámbito social, ha provocado un agrandamiento de la desigualdad económica, dificultando con ello la capacidad de los más desfavorecidos para generar riqueza.
• En el ecológico, ha dado lugar también a inquietantes problemas a nivel global: cambio climático, efecto invernadero, debilitamiento de la capa de ozono, deforestación, extinción de flora y fauna... que amenazan seriamente nuestra supervivencia.
• En el militar y armamentístico, origina alarmantes tensiones internacionales y aumenta las posibilidades de un trágico final para la humanidad.
• Cuestiones de tal gravedad y magnitud, no es factible resolverlas mediante políticas nacionales; se requiere pues una política global unificada para establecer un marco común que las regule.
• Las filosofías políticas que rigen nuestras sociedades en la actualidad, provienen de épocas en las que los escenarios para los que fueron concebidas eran regionales y no globales, por lo que, como es lógico, no contemplaron mecanismos efectivos para afrontar estas situaciones. Con esta perspectiva en el horizonte, es preciso el surgimiento de nuevas concepciones políticas.